Cuento para el tiempo de Micael
- Equipo de Misión Waldorf
- 19 sept 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 28 dic 2024

HabÃa una vez un rey que gobernaba un paÃs muy grande. VivÃa con su hija en un alto castillo desde el cual se divisaba hasta muy lejos. Delante del castillo habÃa una plaza muy grande, donde se celebraban las fiestas más hermosas, llenas de música y bailes. A la hija del rey le encantaba mirar desde su balcón los coloridos festejos que se hacÃan cada año. Los campesinos llegaban desde todas partes con coronas de cereales, flores, manzanas, peras y otras frutas, con tomates y zanahorias y otras verduras. Todo eran regalos para alegrar al rey y su hija.
Los campesinos llevaban vestidos festivos y alegres cintas colgaban de sus sombreros. Cantaban y bailaban los bailes de la cosecha. Cada año, cuando se acercaba el tiempo de la fiesta, la princesa subÃa al balcón, llena de esperanza, para saber si podrÃa oÃr ya las primeras canciones, ver los primeros colores. ¡Qué alegrÃa!
Pero un año no vino nadie. La princesa esperó y esperó inútilmente. Por fin vio que unos campesinos se acercaban. Pero ¿qué pasaba? No llevaban cintas de colores ni cantaban alegres canciones. Caminaban lentamente, con las manos vacÃas, con las caras tristes. ¿Qué habÃa ocurrido? El rey mandó a sus mensajeros y los campesinos le contaron lo siguiente:
- Este año no pudimos cosechar nada porque un dragón vino a nuestro pueblo. Es tan salvaje que se traga y aplasta todo lo que encuentra en su camino, y lo que no destruye de esa forma, lo quema con el fuego que sale de su boca. Asà que este año no podemos celebrar la fiesta y si no tuviésemos reservas de otros años, pasarÃamos hambre.
El rey, deseoso de ayudar, mando inmediatamente a sus caballeros a luchar contra el dragón. Pero cuando llegaron a su cueva, sus espadas de hierro y sus lanzas se torcÃan y se ablandaban por el calor del fuego y no podÃan luchar contra él. Después, el rey mandó a sus mensajeros y le ofrecieron al dragón oro, tesoros y todo lo que quisiera, con tal de que dejara el paÃs. El dragón no querÃa ni oro, ni tesoros, solo querÃa una hermosa doncella. Si se la daban, se marcharÃa. Todos se asustaron y nadie querÃa ofrecer a su hija al dragón. Entonces, la joven princesa se acerco a su padre:
- Déjame ir donde el dragón, yo no tengo miedo, quizás pueda salvar al paÃs. Pero el rey contestó:
- ¡Ni hablar, querida hija, no puedo entregarte al dragón! Quien sabe lo que te hará.
Nadie quiso dejar marchar a la princesa, pero ella no dejaba de insistir:
- Déjame ir, Dios me protegerá, y si no voy, el dragón seguirá destruyéndolo todo y tendremos que morir de hambre.
El rey al fin respondió:
- Hija mÃa, anda con Dios.
La princesa se puso un vestido y un velo blancos y subió a la montaña donde estaba la cueva del dragón. No miraba ni a la derecha ni a la izquierda, solo miraba de frente al cielo, que estaba cubierto de nubarrones negros, mientras soplaba un fuerte viento.
Los caballeros acompañaron a la princesa hasta el pie de la montaña. Allà se detuvieron, porque sabÃan que con sus armas no la podrÃan ayudar.
El dragón de fuego salió de la cueva, y en el instante que la princesa miró hacia arriba, las nubes se abrieron y pudo ver el centro del cielo. Allà habÃa más claridad que en el sol, y desde esa luz radiante apareció el Arcángel Micael con su brazo derecho estirado, y desde cada estrella le llegó a su mano un rayo de luz. Un meteorito le formó una espada de hierro celestial.
El dragón no pudo aguantar y cuando Micael lo apunto con su espada celeste, cayó a la tierra y no se volvió a mover. Su poder se habÃa terminado.
Las gentes se acercaron y llevaron a la princesa junto a su padre el rey. Después corrieron a sus casas a buscar frutas, verduras y las más hermosas flores:
- Ahora podemos celebrar una nueva fiesta y será la fiesta de San Miguel. Ya no tendremos miedo al dragón.
Asà hablaron, y fueron con sus regalos al castillo cantando.
Tomado de: cuentos infantiles para contar y jugar, 2006, Editorial Antroposófica.